Es probablemente el santo más conocido y popular, que sigue fascinando a mucha gente hoy en día, especialmente a poetas y pintores; a los que se dedican a los pobres y a la protección del entorno natural.
Giovanni Bernardone -éste era su verdadero nombre y apellido- nació en Asís en 1181 u 1182, mientras su padre Pietro Bernardone, un rico comerciante textil, se encontraba en Francia por motivos de interés. Nada más regresar, quizá para conmemorar su viaje a Francia, el padre bautizó a su hijo con el nombre de “Francisco”. Destinado a trabajar como comerciante, Francisco, de niño, asistió a la escuela de la iglesia de San Jorge de Asís y, gracias a la educación que allí recibió, aprendió el arte de leer y escribir, además de conocer la Biblia, especialmente el Evangelio y los Salmos. Francisco pasó los años de su juventud de forma despreocupada, en compañía de sus compañeros, divirtiéndose, asistiendo a bailes y cenas, y practicando el comercio en el taller de su padre. Intentó adquirir la dignidad de caballero, que para muchos burgueses ricos era el colmo de la ambición. Por ello, en 1198 participó en el levantamiento de los ciudadanos de Asís contra el poder del príncipe Conrado de Urslingen, y en 1202 en la guerra entre Asís y Perusa. En esta última, en la batalla de Collestrada, fue capturado y encarcelado durante casi un año. Pensó entonces en unirse al conde Gentile que, a instancias del papa Inocencio III, debía viajar al sur de Italia y a Sicilia para poner fin a la anarquía que allí se extendía. En el último momento, sin embargo, se retiró de aquella campaña, según se dice, bajo la influencia de un misterioso sueño en el que oyó esta pregunta: “¿A quién es mejor servir, al siervo o al amo?”
Debemos buscar los comienzos de la conversión de Francisco hacia el año 1202. Él mismo habla de ello con sobriedad y claridad: “El Señor me dio, hermano Francisco, a comenzar a hacer penitencia de esta manera: cuando estaba en pecado, me parecía demasiado amargo ver leprosos; y el Señor mismo me condujo entre ellos y usé de misericordia con ellos. Y al alejarme de ellos, lo que me parecía amargo se convirtió en dulzura de mente y de cuerpo. Y luego me quedé un poco y salí del mundo” (Testamento, 1-4). Según San Buenaventura, un momento particular de la conversión de Francisco fue la misteriosa visión de Cristo, que le ordenaría desde la cruz que reconstruyera la iglesia que estaba cayendo en ruinas. Ambos acontecimientos, el encuentro con el leproso y la visión del Crucificado, no se contradicen, sino que constituyen etapas sucesivas del proceso de conversión. La llamada del Crucificado fue asumida por Francisco de forma literal: así se embarcó, hacia 1206, en una vida eremítica reconstruyendo las iglesias en ruinas que encontró cerca de Asís. Utilizó el dinero del taller de su padre para sufragar los gastos de las reconstrucciones. La violenta resistencia de su padre contra este cambio de vida, especialmente contra el uso del dinero procedente del comercio para ayudar a los pobres y reconstruir iglesias, acabó en un juicio ante el obispo de Asís, cuando Francisco renunció públicamente a su derecho al patrimonio, devolviendo incluso a su padre las ropas que llevaba puestas. Abandonando Asís, trabajó primero a mano en la cocina de la abadía benedictina de San Verecondo, y luego sirviendo a los leprosos en Gubbio. Tras el regreso a su ciudad natal, fue muy importante para él el 24 de febrero de 1208 (fecha probable), cuando escuchó las palabras del Evangelio sobre el envío de los Apóstoles y las tomó como dirigidas a él personalmente. Comenzó entonces una vida de extrema pobreza, dedicada al anuncio itinerante del Evangelio, sintiéndose llamado, de modo especial, a la penitencia. Vivía de las ofrendas de los habitantes de Asís, mendigando de puerta en puerta.
No tenía intención de fundar ninguna estructura nueva en la Iglesia, ni buscaba seguidores ni compañeros, pero éstos acudieron a él pocos meses después (1208/1209). Todos ellos procedían de Asís o sus alrededores y fueron testigos de la transformación de la vida de Francisco: el ciudadano de Asís Bernardo da Quintavalle, el jurista Pietro Cattani, Egidio da Asís, el sacerdote Silvestro, el campesino Egidio, un noble empobrecido Morico, Sabatino, Giovanni dalla Cappella, y luego los demás. Todas las clases sociales de la época están representadas en los primeros compañeros. Francisco los envió de dos en dos en misión de predicar más con el ejemplo que con la palabra. La fraternidad, instalada hacia 1209 en el cuchitril de Rivotorto, se trasladó unos meses más tarde a la Porciúncula, una pequeña iglesia dedicada a Santa María de los Ángeles, que Francisco recibió de los benedictinos y que fue la primera en reconstruirse. La Porciúncula se convirtió en un signo de la pobreza de Francisco: no quiso recibirla por su cuenta, sino alquilarla.
La fraternidad naciente necesitaba una regla. Debía consistir en unas pocas frases del Evangelio que hablaban del anuncio de la Buena Nueva, del deber de llevar la propia cruz, de seguir a Cristo y de la renuncia a todas las posesiones. Cuando el número de hermanos aumentó a doce, se dirigieron a Roma, donde Francisco presentó personalmente una petición al Papa Inocencio III para que confirmara aquel tipo de vida. La petición suscitó serias dudas en muchos cardenales, debido al modo radical de vivir la pobreza y al temor de verse enfrentados a otra herejía. Al final, el Papa Inocencio III aprobó oralmente esta vida en 1209. Por voluntad de Francisco, la fraternidad tomó el nombre de “Orden de Frailes Menores”, aunque inicialmente se utilizaron otros nombres, como “Penitentes de Asís”. Como la fraternidad creció en número muy rápidamente (hacia 1220 ya había más de 3.000 hermanos), y la vida siempre traía nuevas preguntas e interrogantes para las que la regla, de contenido muy genérico, no daba respuesta, durante las reuniones anuales de todos los hermanos, es decir, en los capítulos, se fueron añadiendo indicaciones y normas que acabaron convirtiéndose en un documento bastante completo (24 capítulos), codificado en 1221. A medida que surgían diferencias entre los hermanos sobre la finalidad y las tareas de la fraternidad (¿misiones extranjeras? ¿Predicación? ¿Vida dedicada exclusivamente a la oración y la contemplación?), Francisco no trató de resolver estas dificultades por sí mismo, sino que contó con la ayuda del Espíritu Santo, que -como él creía profundamente- “concederá a los hermanos saber lo que deben hacer y cómo proceder”. Finalmente, con la ayuda del cardenal Ugolino da Segni y de algunos hermanos hábiles en el arte de escribir (Cesario da Spira, Bonizio da Bologna), compuso la versión definitiva de la Regla, que fue aprobada por el papa Honorio III con la bula Solet annuere del 29 de noviembre de 1223. Esta Regla constituye hasta hoy el fundamento de la vida de todas las ramas de la Orden de los Hermanos Menores. En la noche del 24 al 25 de diciembre de 1223, en Greccio, Francisco instaló por primera vez en la historia un belén, costumbre que en los años siguientes se extendió por toda Europa, y luego por todo el mundo.
El último período de su vida fue muy doloroso para Francisco. Una inflamación de los ojos, que le había atacado en Tierra Santa, adonde había viajado en los años 1219 -1220, le atormentaba constantemente. El dolorosísimo tratamiento de los ojos (con un hierro al rojo vivo) no dio resultados satisfactorios. Y luego los estigmas, recibidos durante una prolongada oración en soledad en El Alverna, en septiembre de 1224, cuando tuvo una visión de Cristo en forma de Serafín con seis alas que le atravesaba las manos, los pies y el costado. Los estigmas eran un signo de la elección especial de Dios, pero evidentemente implicaban un dolor físico que le impedía caminar y sostener cualquier cosa con las manos. Por último, también había sufrimientos morales: Francisco se sentía incapaz de servir al creciente número de hermanos que, según creía, eran cada vez menos celosos o no comprendían la vida evangélica por su culpa. Presintiendo el final, Francisco pidió que lo llevaran a la Porciúncula. Allí, rodeado de sus hermanos, puso fin a su vida terrena la tarde del 3 de octubre de 1226. En su última hora antes de morir, pidió que lo pusieran sobre la tierra desnuda, despojado de todo: quería morir absolutamente pobre, sin tener nada propio. Sólo dos años después de su muerte, en 1228, el papa Gregorio IX (antes cardenal Ugolino da Segni) lo proclamó santo. Inicialmente su cuerpo fue depositado en la iglesia de San Giorgio de Asís, y en 1230 fue trasladado a la basílica dedicada a San Francisco, construida a tal efecto en Asís, donde permanece hasta nuestros días.
Francisco es autor de los siguientes escritos: la Regla (tanto en la versión no aprobada – 1221, como en la versión aprobada – 1223, junto con otros fragmentos escritos en distintas épocas), el Testamento, algunas cartas (entre otras: A toda la Orden, A los Fieles, Al Hermano León), muchas oraciones, sobre todo de alabanza, y una colección de breves enseñanzas llamadas Admoniciones.
Fr. Roland Prejs OFMCap