Ordo Fratrum Minorum Capuccinorum ES

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Venerable Guillermo Massaia (1809-1889)

La Orden de los Frailes Menores Capuchinos enumera entre sus filas a un nuevo Venerable: el Cardenal Guillermo Massaia. El 2 de diciembre de 2016, el Santo Padre Francisco confirmó el decreto de venerablilidad que sanciona que este hijo de san Francisco de Asís vivió en grado heroico las virtudes teologales y cardinales. Se trata del primer escalón del reconocimiento oficial, por parte de la Iglesia, del camino virtuoso del Capuchino.

¿Quién era Guillermo Massaia?

El Siervo de Dios, penúltimo de ocho hijos, nació en Astigiano, la tierra de San Juan Bosco, el 8 de junio de 1809. En el mismo día fue bautizado con el nombre de Lorenzo Antonio. Sus padres eran agricultores modestos y religiosos. Transcurrió su niñez en familia, para pasar luego bajo la guía del hermano primogénito, Guillermo, que era párroco de la catedral de Asti.

Terminados los estudios superiores como seminarista en el Colegio Real de esta ciudad, para realizar el ideal misionero entró en la Orden de los Capuchinos, entre los que vistió el sayal el 6 de septiembre de 1826, asumiendo el nombre su hermano mayor: Guillermo. Luego de los estudios de filosofía y teología (1827-1833), fue ordenado sacerdote en Vecelli el 16 de junio de 1832. Primero fue capellán de hospital, donde aprendió nociones elementales de medicina que luego le servirán en África; luego fue profesor de filosofía y teología desde 1836 a 1846. En 1844 fue llamado a colaborar como consejero del Ministro provincial de Piamonte.

Estos encargos lo pusieron en contacto con la corte de Saboya, con diplomáticos, médicos, literatos y miembros insignes del clero piamontés. En particular fue confesor y consejero de Cottolengo, de la marquesa de Barolo, de Silvio Pellico y del futuro rey de Italia, Vittorio Emanuele II.

El año 1846 fue determinante para la evangelización de Etiopía. Luego del fracaso de las misiones jesuíticas, franciscanas y capuchinas de los siglos XVI y XVII, no obstante la erección de la prefectura de Abisinia al norte, dirigida por el santo vicentino Giustino De Jacobis (10 05 1839), en Etiopía no había una jerarquía católica.

La feliz intuición de Gregorio XVI llegó a concretizar el proyecto misionero. Acogiendo la sugerencia epistolar del explorador francés Antonio d’Abadie llegado de Quarata, sobre la rivera del lago Tana (9 de marzo de 1845), confió el veintésimo territorio de los Gallas, en el sur de Etiopía, a la Orden de los Capuchinos. Con el Breve del 4 de mayo de 1846 lo erigió en Vicariato apostólico y nominó a Massaia, por indicación del padre Venanzio da Torino, Ministro general de la Orden de los Capuchinos, obispo titular de Cassia en partibus infidelium y primer Vicario apostólico de los Gallas. El 24 de mayo siguiente, el prefecto de la Congregación de Propaganda Fide, le confería en Roma la plenitud del sacerdocio.

Desde este momento comenzó una las páginas más difíciles de la vida de Masaia. Dejó Italia el 4 de junio de 1846, pudiendo llegar a su misión solo cinco años más tarde, el 21 de noviembre de 1852, a precio de sufrimientos y peripecias inauditas, sobre todo por parte del Metropolitano Copto de Etiopía, Abuna Salama III que, excomulgándolo, lo llamó con el nombre profético Abuna Messias.

Ocho veces atravesó el Mar Mediterráneo, doce el Mar Rojo, cuatro peregrinajes a Tierra Santa, cuanto asaltos: en Acrócoro (altiplano etiópico), en el Mar Rojo, en el Golfo Arábigo y en Sudán; cuatro exilios, otras tantas prisiones y dieciocho veces con riesgo de muerte, constituyen el balance de su epopeya misionera.

Luego de repetidos intentos de penetración, la actividad del obispo se articuló en períodos bien definidos: la Misión a los Gallas propiamente dicha (1852-1863), comprende la fundación de Assandabo, en Gudrú (1852), de Ennerea (1854), de Caffa y Lagamara (1855) y de Ghera (1859); la permanencia en Europa (1864-1867) para reorganizar los cuadros misioneros, componer los catecismos en galla y caffino, publicar la primera gramática en lengua galla – hasta ese momento sólo hablada– y fundar el Colegio Galla San Miguel en Marsella para los jóvenes aspirantes al sacerdocio (15 de abril de 1866); la Misión de Scioa, donde el rey Menelik II lo retuvo como su consejero y allí fundó, en 1868, las importantes estaciones misioneras de Fekerié-Ghemb y de Finfinrú luego elevada a capital de la Etiopía moderna en 1889 con el nombre de Addis Abeba.

El exilio decretado el 3 de octubre de 1879 por Negus-neghesti (emperador) Joannes IV, habiendo vencido a Menelik, truncó definitivamente la actividad benéfica del Siervo de Dios, obligándolo a dimitir del Vicariato apostólico de los Gallas, que firmó en Smirna el 23 de mayo de 1880, vigilia de su aniversario de consagración episcopal.

Luego de haber pasado gran parte de 1880 en Egipto, en Medio Oriente y en Francia, el misionero exiliado decide irse al convento de Bastia, en Córcega, para “pensar un poco en mí mismo”, y “para huir de los honores que le preparaban en Italia en razón de su méritos”. Dejó Bastia el 14 de noviembre de 1881 y se estableció en Roma por voluntad del mismo papa León XIII que lo induce a escribir las memorias africanas, promoviéndolo a arzobispo y elevándolo en 1884 al rango de Cardenal.

Massaia vivió su último decenio dividiendo su residencia entre la Curia general de la Orden de los Capuchinos, el Colegio Urbaniano de Propaganda Fide y el convento de los capuchinos de Frascati, donde edificó a los hermanos y visitantes ilustres por su extrema pobreza.

Desde principios de agosto de 1889 fue a Villa Amirante in San Giorgio, en Cremano, para descansar un poco. El 6 de agosto, fiesta de la Transfiguración del Señor, sufre una crisis cardíaca. Ante la noticia de su muerte, el Santo Padre León XIII exclamó: «Murió un santo».

Su cuerpo fue puesto a la veneración de las autoridades y del pueblo que lo amaba y que, no obstante las precauciones, llegó a cortar con tijeras el hábito hasta las rodillas y a sacarle el cordón. Las exequias tuvieron lugar en la iglesia de los Alcantarinos de Granatello, presididas por el cardenal arzobispo de Nápoles. El 7 de agosto el cuerpo, colocado en un triple ataúd, fue llevado a Roma en un vagón de ferrocarril ornamentado de luto. El 9 de agosto se celebró un solemne funeral de la iglesia de Sant’Andrea delle Fratte en Roma. El cuerpo fue enterrado en la capilla de la Congregación de Propaganda Fide al Verano y, por su explícita voluntad, trasladado el 11 de junio de 1890 a Frascati, a la Iglesia de los Capuchinos, donde reposan hasta ahora. Allí quiso ser sepultado, porque la quietud de los muertos no es disturbada por el ruido del mundo, ni la santidad de los sepulcros es profanada por el lujo de los modernos cementerios. La fama de santidad ya presente durante su vida por su indómita actividad apostólica y misionera, se manifestó luego de su muerte y condujo a promover en 1914 el proceso canónico.

¿Qué nos dice hoy este fraile capuchino?

El cardenal Guillermo Massaia ciertamente es uno de los misioneros más significativos de la Iglesia, considerado por la historiografía misionera como el mayor evangelizador del siglo XIX. Actual en el ejemplo y el mensaje evangélico también por las condiciones del ambiente en el que trabajó, por las peripecias de su interminables viajes, por el temple de su carácter y por esa cualidad organizativa que le hizo intuir y realizar una presencia de la Iglesia primitiva, y por esto digna de los tiempos apostólicos por simplicidad, esencialidad, nitidez y adherencia a la índole de las tribus evangelizadas.

Las notas características de su vida misionera, se pueden sintetizar del siguiente modo: evangelización, promoción humana, santidad. Es todo lo que también hoy se le pide a todo misionero. Junto a estas notas esenciales en su actividad estaban presentes asimismo la colaboración, la inculturación, la flexibilidad y la apertura.

Abierto a todos los problemas de la evangelización, el Capuchino no limitó su actividad a los Gallas de la propia jurisdicción: también con favores, sugerencia e intervenciones eficaces colaboró con las misiones vecinas. Consiguió superar las barreras jurídico-disciplinarias y se abrió, fatigosamente, pagándolo en su persona, los caminos de la pastoral moderna que nosotros recorremos ágilmente.

Por siglos, la Iglesia institucional exportó, particularmente en tierras de misión, productos europeos y el mismo Siervo de Dios, en su primera correspondencia, exalta la civilización occidental prefiriéndola a otras. Luego de seis años de intentos audaces y dolorosos en el vicariato apostólico de los Callas, en la Alta Etiopía, advirtió la necesidad de desvincularse de toda tentación europeísta.

Como apóstol de Cristo rechazó categóricamente mezclar la política y la religión. “Mi sentimiento y mi convicción – escribe – fue siempre contraria al sistema de confiar en los favores de los príncipes, como elemento demasiado frágil y muy mezclado de pasiones para servir de base a una obra religiosa, cuya naturaleza debe descender de lo Alto”.

Hombre simple como el agua, llevó una vida santa. Lleno de caridad operativa y que no se reservaba nada con tal de que el hermano no sufra; próvido padre con todas las cualidades que se puedan desear.

Un misionero que por años vivió con un puñado de garbanzos, como los eremitas abisinios que, poco antes de morir, pudo escribir que: “todo el sur de Etiopía escuchó la palabra de Dios, con cristianos esparcidos por todos lados; el resto, luego, juzgará Dios; para nosotros basta hacer su voluntad”.

Un santo viejo, encorvado más por las dificultades, las tensiones, las privaciones, las penas que por los años, se transforma en ejemplo para una evangelización desprovista de intereses humanos, únicamente dedicada al bien de las almas.

Venerabile Guglielmo Massaja